Hace un par de días, intentando recobrar un poco mi vida social (no se indignen, he tomado todas las medidas de seguridad necesarias…Espero) estaba con unos amigos hablando de todo un poco; como es usual acabamos hablando de los éxitos y fracasos amorosos de cada uno.
Entre tantas barbaridades dichas y los métodos poco ortodoxos y modernos de hacer el cortejo, que van desde enviarse nudes mucho antes de incluso decirse “hola” hasta esperar en silencio por mucho tiempo (a veces años) para dar “el primer paso” y descubrir que al final las dos partes se han querido en el anonimato. Hubo un punto de quiebre y empezó “la guerra de los sexos”. Sí, esa parte en la que hombres consideran que las mujeres son las peores y las mujeres que son ellos los victimarios.
Obviamente las chicas sacamos a flote nuestro mejor rostro de empoderamiento femenino y de la manera más dulce exclamamos que los hombres valían tres tiras de #$%, que lo único que buscan es sexo y que luego de que se aburren, buscan a alguien más; que mienten, que engañan, y que sí, que había hombres buenos pero que era buscar una aguja en un pajar.
Los chicos no aceptaron nuestras declaraciones, ellos contaban que realmente no es así, que somos las chicas las que mentimos, engañamos, nos acercamos por interés, somos crueles con quienes no nos interesan y que, si al final seguimos el juego luego viene algún otro al que consideramos un “mejor partido” y despachamos sin piedad al anterior. Que casi nunca nos fijamos en el que nos trata bien sino en el que peor se comporta y muchas veces ese resulta siendo el padre de nuestros hijos para luego lamentarnos mares.
Incluso uno de ellos dejó claro que no “reciben sexo a cualquiera que quiera sexo”, que no hay sentimiento más espantoso que meterse con alguien que no te gusta. También hubo fuertes declaraciones acerca del cómo se siente cuando quieren acercarse a alguien que “quieren de verdad”, que se les hace más fácil hablarle a alguien con quien no quieren nada serio a hacerlo con quienes consideran puede ser «el amor de su vida» y todo por miedo al rechazo o incluso porque a veces se limitan y consideran que hay prototipos femeninos que estarían fuera del alcance. ¡¿o sea, Wadafaq?!
Ya llevábamos un par de varios tragos encima sin embargo esta última parte me hizo cortocircuito en el cerebro; porque me parece la posición más estúpida que he podido escuchar. Luego encontré mi modo zen y meditando lo antes dicho llegué a la conclusión que tiene sentido y que mis amigos llevaban la razón (no me juzguen, solo llevan un poquito de razón)
Y llevan razón porque hoy en día y a pesar de que estamos en el siglo en el que estamos, a muchas mujeres aún nos cuesta expresar nuestros sentimientos mientras que las que abiertamente decimos qué queremos, a quién y para qué, somos una minoría fuertemente criticadas e incluso ofendida. Y ese es un problema, y uno muy grave.
Sí, sé que van a decir que ahora todo es más liberal, que el color morado y verde reinan en redes y que cada día las mujeres nos empoderamos más de nosotras mismas y que nos importa menos el qué dirán y más el qué sentir, pero no se crean, todos sabemos que, en cuestiones de enamoramientos y romances, todas tenemos nuestras debilidades y más de uno nos pone a tambalear el discurso.
Y esto no mide ni raza, ni religión ni estado civil, va desde casadas que esperan que el marido adivine que les enoja, que disfrutan y que esperan que ellos hagan, hasta la chica que en el pleno disfrute de su vida no le dice a su pareja que le gusta y que no, creyendo que los problemas se solucionan solitos y al final termina dejándose calentar el oído por alguien más terminando relaciones por algún «Me gusta» fuera de lugar en redes sociales, para luego lamentarse que nunca le va bien en el amor.
Todo eso pasa por varias razones, a veces es cuestión de orgullo, tenemos mal creído que quienes expresamos lo que sentimos y vamos con toda por ello, somos tontas porque no se debe “mostrar tanto interés”, o porque el éxito del amor es que «no se debe ser intensa, ni joder tanto», otras veces juzgamos a quienes libremente expresan su sexualidad o viven en manera opuesta a nosotras, llegando incluso a compararlas con el reino animal y la vida salvaje. Y otras veces (esta es la peor), entre nosotras mismas nos señalamos y levantamos críticas mal intencionadas por el simple y mero hecho de competir, de no dejar que alguna sobresalga más que otra o que reciba más atención. Y esto es nefasto. Debemos empezar a romper eso de “El mayor enemigo de una mujer es otra mujer”
En los hombres el panorama tampoco es tan distinto, a veces la testosterona les consume el sentido común y creen que todo el tiempo deben verse impenetrables, los más audaces, no dejarse intimidar por su círculo de amigos y deben vivir sin que nada les importe, creyendo que por el mero hecho de nacer con huevos y no con ovarios deben olvidarse de las películas románticas y cuentos de novelas. Bien dicen por allí que no hay nada más frágil que la masculinidad, y ellos mismitos se han encargado de que esa expresión tenga todo el sentido. Aunque debo admitir que a veces somos nosotras las mujeres quienes nos encargamos de que ellos actúen así, normalicemos el hecho que los hombres son seres humanos, por ende, sienten, se deprimen, lloran, se emocionan, se ilusionan, y les da miedo.
Eso sí, es muy tonto que el miedo les gane frente a acercarse a ese alguien quién realmente quieren; esto debe dejar de ser normal; o lo que es peor, ponerse barreras imaginarias porque el otro ser es «inalcanzable», vamos que aquí nadie está hecho con polvos de ángeles ni rositas, al fin de cuentas todos somos los mismos, con crisis, defectos, virtudes e inseguridades.
Así que ¡atrévanse con toda! igual esto no garantiza que no se estrellen contra el suelo y que duela, pero recuerden que siempre es mejor lamentarse por aquello que se hizo a lamentarse por aquello a lo que no nos atrevimos.
En conclusión, creo que la guerra de sexos puede acabarse en el momento en que ambos abiertamente empecemos a comunicarnos mejor, recordemos que es la comunicación la base de la vida y de una sana convivencia, y para mí es la clave de una relación bonita y feliz, entonces adoptar el discurso tipo:
-Te quiero.
-Yo también, ¿para qué?
Y no nos asustemos cuando los intereses no sean los mismos, quizás a ti te quieren para toda la vida y tú lo quieres para una sola noche. Tampoco debe haber problema con ello, simplemente de ahí en más decidir qué hacer, pero al menos ambos tendrás las cosas claras de lo que dan y esperan recibir.
Creo que así nos ahorraríamos varias lloradas y mentadas de madre. Y por favor, no subestimen a nadie, no todos los hombres son iguales porque nosotras no somos todas iguales. Las mujeres no siempre queremos lo mismo, a veces también nos gusta alguien sólo para un acostón, o para una charla, o un par de besos o para viajar por el resto de la vida juntos. Y chicas, los chicos también sueñan con compartir su vida con alguien, con presumir en redes y delante de la familia y amigos; incluso con ponerle un anillo al «amor de su vida”, prepararle la comida y ¿por qué no?, hasta lavarle las tangas.
Y frente al miedo, es normal tenerlo, nadie quiere sufrir o sentirse rechazado; lo que no es normal es que por miedo nos limitemos y perdamos la oportunidad de ser feliz. ¡Quieran chicos, para lo que quieran, pero quieran! Y denla toda por ello. Y si aún eso no los convence, invítenla a un café o una cervecita fría, esas dos cosas casi nunca fallan.